La buena enseñanza se presenta ante nuestros ojos como aquel acto, que mediante su puesta en juego, pone en acción la humanidad de las personas que la constituyen en toda su plenitud. Una educación concebida como tal, considera a las personas en su totalidad, sabiendo que no somos sólo intelecto ni sólo pasión, sino que en su justo equilibrio se halla concretada con éxito. Esta idea de enseñanza, se manifiesta como un deseo de hacer crecer a los demás, un intento amoroso del desarrollo ajeno, en el cual la búsqueda se da para bien del otro, y es a través de esa búsqueda que uno también se beneficia.
Enseñar para vivir, enseñar a vivir… Porque la educación implica “tender puentes entre la teoría y la práctica”, ser ese lazo que mantiene la armonía entre distintos aspectos, para que quiénes aprendan, puedan hacer uso de tales frutos a cada momento en su vida.
Es dicha buena enseñanza la que se plantea de modo flexible, comprensivo, considerando la diversidad de cada persona, de cada sujeto, su individualidad y que a su vez, y paradójicamente, se encarga de transmitir cuestiones éticas y morales propias de la sociedad que la concibe.